Bienvenidos A Nuestro Blog de CHINA-MACAU - Junio 2009

Hoy comenzamos regalándote un hermoso testimonio de fe, de amor y de confianza:

Se trata de Martin Chung, su mujer Queenie y su hija Tin Yin.

Martin era un estudiante de High School cuando nuestro compañero Sid enseñaba inglés en Macau. Les exigió muchísimo a los alumnos, que le quedaron eternamente agradecidos. Martín aceptó la fe. Yo lo bauticé en Manila en 1999. Pasaron los añ
os.

Hace dos años Martín y Queenie, otra chica de Macau, se casaron. Ambos católicos.

Estando Queenie embarazada de seis meses, fueron a Hong Kong. Allí un accidente de un camión que se salió de línea volteó un poste de la luz, que l
e dio en la cabeza a Queenie donde ella y Martín estaban esperando el bus. Con el cráneo abierto fue asistida y con varias operaciones salvaron no sólo a la madre sino también a la criatura.

Nació una niña hermosa, pero con problemas en el corazón (“agujeros”). La niña no puede crecer normalmente... no le funciona bien el corazón.


Lo que falta de la historia es lo que cuenta Martín a continuación.



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PRUEBA DE FE


Otros ven una cadena de mala suerte y de sufrimiento, nosotros vemos una PRUEBA o test de fe – y una bendición que espera alcanzar su plenitud.

En menos de dos años, hemos soportado en mi familia nada menos que cinco operaciones quirúrgicas, contando las de mi esposa y las de mi hija de año y medio, en la cabeza o en el corazón. Y nos esperan más todavía en el horizonte futuro, ya que todavía hay agujeros que reparar en el corazón chiquitín de mi hija chiquita; algunos de esos agujeros están ubicados en la cámara interior más compleja del corazón, donde hasta el mejor cirujano de Hong Kong (y de Asia) duda aventurarse.


¿Por qué yo? ¿Por qué nosotros? Imagino que otros habrían comenzado hace tiempo a cuestionar a su Fung Shui la compatibilidad de la fecha de su cumpleaños con los celestes dignatarios (dioses); a cuestionar también el poder de sus dioses protectores, que están acumulando polvo en algún estante, en algún rincón; o cuestionarían la zona más oscura de su pasado, que pudiera ser responsable de su karma.

Pero no, no es así como lo tomamos nosotros. Como cristianos -es decir, “intentando-ser” seguidores de Jesús- nos hemos preparado desde hace mucho tiempo para cargar en nuestros hombros nuestra parte de la Cruz de Jesús. Algunas veces eso equivale a persecución por nuestras creencias, por nuestra fe, como en sus suplicios les ocurrió a Esteban (Hch 6-7) y a Pablo (Hch 21-28); a veces equivale sencillamente a sentirnos muy cercanos a alguien especial, como María, madre de un Hijo sufriente, o a otros padres como nosotros que tienen un hijo “especial”.

Mirando a nuestra hija como alguien “especial” -más que como enferma- nos ayuda, ya que el concepto “enfermo” o el concepto “normal” no son más que categorías humanas. De alguna manera, todos estamos “enfermos” - lo único que algunos están más claramente enfermos que otros, que también lo están. Como padres de una ”hija especial”, nos sentimos llamados a caminar por un sendero también especial, sendero muy pesado, ciertamente, pero también, precisamente por eso, muy gratificante de una manera especial. Recuerdo haber escuchado a una amiga mía que sentía una especie de pérdida porque tanto el dar a luz como el cuidar y educar a la hija había sido algo demasiado tranquilo – gracias a las maravillas del “alumbramiento-sin-dolor” y del “ser madre con manos libres”, técnicas que no son ya de ninguna manera un lujo hoy en día.


Pregúntale a María, que conocía perfectamente lo que le pasaría a Jesús y cuánto dolor le causaría su Hijo (justamente, lo que el saludo del ángel significó realmente para ella): si Dios le concediera una segunda oportunidad, ¿elegiría retractarse de su “fiat”, de su “hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38)?


Pregúntanos a nosotros: Si se nos apareciera Dios con un bebé “absolutamente normal” sostenido en su brazo izquierdo, ¿le entregaríamos a cambio nuestra “menos-que-perfecta” hija?

Pregúntanos de nuevo: Si Dios quisiera que pudiéramos retroceder en el tiempo a las primeras semanas del embarazo de nuestra hija, sabiendo perfectamente sus posteriores problemas de corazón, ¿optaríamos por el aborto?
Pregúntanos todavía finalmente: Si nuestra hija -que Dios no lo quiera- se reuniera con el mismo Dios antes que nosotros (ahora puedo escuchar mi chino dentro de mí, que me grita: Dai Gut Lai Si! – algo así: “¡Cómo te atreves a mentar tal desgracia! – como si el simple hecho de mentarla produjera ya tal infortunio), a pesar de todos nuestros esfuerzos, lágrimas y oraciones, ¿desearíamos acaso que ella nunca hubiese nacido?

Nuestra respuesta a todas esas preguntas es: Un rotundo NO.


No. No. No.


Como todos los tests, el test de la fe tiene también sus preguntas o cuestionamientos. Algunos son bastante fáciles de responder. Pero otros, por miedo, ni siquiera nos atrevemos a considerar. Pero, a diferencia de los tests del destino o de la suerte humana, el test de la fe bien aprobado trae paz en medio del miedo, un poco de luz en medio de un océano de oscuridad. El temor y la duda están ahí todavía, amenazantes como siempre, pero ya no parecen los mismos.


Después de todo, el Dios en quien creemos no es un Dios de espíritu mezquino, un Dios que juegue frívolamente con el hombre, como creen muchos autoproclamados racionalistas chinos -como cuando dicen: “Tin Yi Nung Yen”, o “La Voluntad del Cielo es mofarse del Hombre”.


Nuestro credo (y nuestro pan) es: Hay un solo Dios, con él todo es posible, y nos ama como ningún otro.


¿Acaso necesitamos milagros para “probar” su existencia y su poder, de forma que el “éxito” de los cristianos pueda ayudar a ganar adeptos y hacer conversos? No, nunca.
Como dice Jeremías, o algo por el estilo: Dios existe; Dios es. Con eso basta.

Y somos una familia, aquí ahora, e igualmente lo seremos por siempre en la eternidad.


Eso basta.